Las cartas nigerianas han llegado al Venture Capital

La semana pasada me llamó un cliente con una consulta. Resulta que ha estado negociando durante varios meses la entrada de un inversor en su empresa, con quien había mantenido reuniones en un conocido hotel de Madrid, y de quien había buscado referencias y era buenas. El caso es que acababa de y recibir un correo electrónico que le parecía extraño.

Al teléfono me dijo que el inversor le pedía una cantidad de dinero deducida de la inversión a realizar, por anticipado y equivalente a algo más del 1% de la inversión. Extraño… Por lo poco que me avanzó en esa conversación, le respondí que no se le ocurriera firmar nada y que me reenviara el mensaje para echarle un vistazo. Yo no estoy asesorando esas negociaciones, pero un cliente es un cliente.

Era evidente que algo no encajaba. El correo electrónico en cuestión tenía una redacción farragosa y confusa, con párrafos enteros que carecían de cualquier relevancia o incluso significado, y en un lenguaje que no es el que uno espera de un inversor profesional. Sin embargo, usaba términos que aunque no quieren decir nada estaban puestos evidentemente para impresionar al lector poco avezado.

Entrando en materia, el correo comunicaba a mi cliente la intención del inversor de  realizar una inversión, concretando la cuantía y los plazos de desembolso, la cual se formalizaría en cuanto ciertos informes estuvieran concluidos y los “jurídicos” terminasen de redactar los documentos. Además de ciertas contradicciones, en ninguna parte se mencionaba la contrapartida de esa inversión, así que nos encontramos ante un inversor de lo más generoso.

Me fijé en la firma. Me sonaba ese nombre de empresa por algún trato que tuve con otra de nombre parecido, en relación con otro proyecto el año pasado. Pero el nombre del firmante no me sonaba. Un par de consultas rápidas y después de unos minutos llamé a mi cliente:

 – Oye, en primer lugar esta no es forma de hacer las cosas. No se suele mandar una carta de intenciones en el cuerpo de un correo electrónico, sino en todo caso como anexo, pero es que además este correo es muy raro, y desde luego no es una carta de intenciones porque le faltan elementos esenciales.

 – Ya, pero no lo entiendo. Es alguien muy serio.

 – No habla de la contrapartida, y en un sitio habla de participación de capital y en otro de nota convertible. ¿A cambio de qué te da ese dinero?

 – Bueno…

 – Te pide un dinero por adelantado y te informa de que va a pedir unos informes “exigidos por ley” que ya te digo yo que no existen, que no hay ninguna ley que los exija y que con toda seguridad te va a decir que pagues tú.

 – No me digas… Pero si he averiguado sobre la empresa y son serios y tienen buenas referencias.

 – ¿Estás seguro? No están registrados en la CNMV. Sí que hay una empresa con un nombre muy parecido, y a ellos sí les conozco, pero entre sus administradores y apoderados no está este señor, y además el nombre de la empresa, aunque parecido, no es el mismo.

 – Te mando su web.

 – ¿Has visto que no hay apartado de información legal y que la web no identifica de ninguna forma a quiénes están detrás?

 – No entiendo nada.

 – ¿Has oído hablar de las cartas nigerianas?

 – No. ¿Qué es eso?

 – Un timo. Recibes una carta de alguien que se supone que tiene una fortuna bloqueada en algún banco en Africa y necesita un extranjero que ponga su nombre para desbloquearla, con cualquier excusa, a cambio de una parte del dinero, y advirtiéndote de la importancia de no enseñar la carta a nadie, igual que el correo tuyo. Si dices que sí, inmediatamente te piden que anticipes “los gastos”. Pues este correo de tu inversor se parece muchísimo a eso.

 – (Silencio en la linea…) Me das un disgusto. ¿Y cómo puedo evitar estas cosas?

 – ¡Qué quieres que te diga! La próxima vez llámame antes y te busco yo al inversor.

La inversión en capital es una sabana peligrosa. Hay leones serios, pero también hay hienas, y las hienas se han sofisticado. Ya no se limitan a escribir cartas, sino que se disfrazan de leones, crean estructuras ficticias, llevan corbata y se reúnen contigo en hoteles de lujo (pagando tú, eso sí). Ojo con ellas.

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